Mientras la primera modernidad iba en busca de una realidad uniforme, monolítica y lineal, la modernidad compleja1 se abre a una lectura fragmentada, abierta e indeterminada de la misma.
Se asume como propio de la realidad el hecho de que pueda tener diferentes interpretaciones y que estas convivan a la vez, incluso proviniendo del mismo sujeto que las emite.
No es que todo sea mentira, sino más bien que todo es multi-verdadero y por lo tanto más cercano a lo ambiguo que a lo concreto. Esta transformación de las interpretaciones sobre lo real parece lógica si entendemos que mientras en la primera modernidad toda idea estaba al servicio de la sociedad en abstracto y se moldeaba cada concepto para que entrara en un gran relato unidireccional, en la modernidad compleja, cada idea tiene derecho a su existencia de forma genuina ya que constituye un eslabón en la construcción de la individualidad del sujeto, de su identidad, de su unicidad.
La realidad ya no se construye como un gran relato común, sino como la adición de miles de relatos, que de manera a veces contradictoria, explican o tratan de explicar cada uno de esos relatos, el todo.
La verdad ligada al juicio moral de la modernidad, se transforma en algo instrumental a disposición del sujeto. La verdad ya nos es un fin, es un medio. Se usa la verdad, se modela, se deforma, siempre y cuando sirva para la construcción del relato individual sobre el todo. Esto es lo que legitima las ideas, su aportación en la construcción del relato individual sobre el cuerpo social.
Esta instrumentalización de la verdad conlleva la pérdida de autonomía de la institución arte2 en términos de Peter Bürger. Bürger establece una distinción entre modernidad y vanguardia. Mientras la vanguardia se caracteriza cuando la crítica no se extiende a otras corrientes estéticas pero se supera la institución arte, es decir la vanguardia no impugna una expresión artística precedente pero ataca el status del arte en la sociedad burguesa, la modernidad provoca una crítica estética y consolida la autonomía de la institución arte. Mientras la vanguardia pretende cambiar la posición del arte dentro de las relaciones de producción, la modernidad pretende tan sólo cambiar sus formas. En este sentido quizás sería más adecuado hablar de vanguardia compleja, que de modernidad compleja.
Ésta es en todo caso, la transformación más importante que ocurre en el seno de la primera modernidad en su tránsito hacia la modernidad compleja.
El arte, y por extensión, la arquitectura se pone al servicio de los individuos, se convierte en un medio que sirve a la construcción de la identidad individual y por defecto a la construcción de una multi-identidad común, la globalización.
El arte se hace utilitario3 se pone al servicio de, y por tanto su crítica y su ámbito de reflexión se vuelve social. En este sentido a la modernidad compleja se le puede atribuir como apuntábamos un comportamiento de vanguardia, según Peter Bürger:
los movimientos europeos de vanguardia se pueden definir como un ataque al status del arte en la sociedad burguesa. No impugnan una expresión artística precedente –un estilo-, sino la institución arte en su separación de la praxis vital de los hombres. Cuando los vanguardistas plantean la exigencia de que el arte vuelva a ser práctico, no quieren decir que el contenido de las obras sea socialmente significativo. La exigencia no se refiere al contenido de las obras; va dirigida contra el funcionamiento del arte en la sociedad, que decide tanto sobre el efecto de la obra como sobre su particular contenido.
El arte, al mutar en lo que podría llamarse sociología proyectiva, se transforma en reflexión política, abandonando la estética.4 De manera muy resumida, puede decirse que muere la estética a manos de los media, el soporte de la reflexión social.
Parte de lo dicho hasta ahora puede ser aplicado a la arquitectura. En la modernidad compleja, la arquitectura tampoco es garante de la verdad única. El papel de médium sobre las condiciones de verdad, se transforma en la arquitectura a médium sobre las relaciones sociales. De una manera más extensiva, diría que la arquitectura da cuerpo a la geografía, permitiendo a esta establecer la relación entre territorio y espacio. En este apoyo estratégico, el mapa de las geografías sociales, culturales, económicas, tecnológicas y políticas encuentran en la arquitectura un modo de expresión.
No hace falta decir a estas alturas, que por consiguiente, la arquitectura convive con su condición de definidora del contexto. Lejos de la oligarquía subyugante de lo genérico, pero sin caer en el regionalismo folclórico, la arquitectura es geografía en tanto que registro contextual.
La arquitectura por tanto se transforma en glocal, es decir, en global, en tanto que desarrolla un modelo de comportamiento genérico en todo el planeta, y local, en tanto que se inmiscuye en el contexto de lo cercano y lo físicamente aprehensible.
La ambigüedad de los orígenes operativos de la arquitectura, es algo que todavía levanta discusiones. Desde la academia, se preserva su condición artística y pura, desde la praxis contemporánea se experimenta su condición mutante y desprovista de toda pureza.
El resultado es que la arquitectura, mediando con la ambigüedad, se vuelve heterogénea, mestiza y bastarda, en tanto que impura. Una condición esta última, esencial para operar en la modernidad compleja.
Miquel Lacasta. Doctor arquitecto
Barcelona, noviembre 2013
Notas:
1 La palabra postmodernidad me parece una palabra demasiado gastada. Además tan solo indica un tránsito de un tiempo, el moderno, a otro, el post-moderno, sin calificar ni valorar el diferencial resultante de ese tránsito. Como además hay indicaciones más que evidentes que todavía vivimos inmersos en la modernidad en muchos más aspectos de los que nos gustaría, me parece más interesante hablar de una modernidad compleja, otros han hablado de una hipermodernidad, en confrontación a una modernidad simplista que se corresponde con los primeros 50 o 60 años del siglo XX.
2 BÜRGER, Peter, Teoría de la Vanguardia, Península, Madrid, 1987.
3 Op. Cit. BÜRGER p. 103.
4 Si el arte pierde su autonomía, es decir el hecho de que “el arte no sirva para nada”, y por tanto no pueda hacerse el arte por el arte, su ámbito de reflexión, de conceptualización, desaparece bajo el yugo de aquel ámbito al que sirve. La estética es indisociable a la autonomía del arte y de la institución arte.