Quizás no encontremos el lugar a medida, ese que el mundo nos depara, quizás nosotros debamos intervenir y modificar su hechura para caber en él.
Habitar lo irregular es entrometernos, comprometernos con el hecho de habitar, porque vivir de espaldas al mundo es negarnos la oportunidad de ser quienes aceptamos que el mundo puede ser un mejor lugar para vaciar en él nuestros anhelos.
Habitar lo irregular es adaptarnos a los nuevos límites, es domesticar los vacíos; es afianzarlos, es domar sus contornos hasta sentirlos calmos…, hasta ser parte de ellos.
Habitar lo irregular es volverse cómplices de sus contornos hasta sentir que ya habitamos, es desear ser ocupado por nuestro cuerpo quien es finalmente quien se guarda al interior para ser parte de esos nuevos bordes, o de esa nueva sombra, o de ese nuevo plano y hasta quizás de ese nuevo patio.
Habitar es dejar que los limites nos definan, nos señalen, nos acusen de ser esos habitantes que no estamos hechos de modos ni contornos, sino que necesitamos unos nuevos limites que nos defina, que nos acompañe a caminar por este nuevo corredor, que nos asome por esta nueva ventana y nos simule una vida en el patio con una luna nueva arrojando nuestra alargada sombra contra la fría piedra encaminada que asoma del zaguán.
Habitar lo irregular es dejar que nuestros modos de vida crezcan, se expandan hasta conformar un nuevo hogar.