
Vivimos una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a coacciones. (…) Hoy creemos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa. Este tránsito del sujeto al proyecto va acompañado de la sensación de libertad. Pues bien, el propio proyecto se muestra como una figura de coacción, incluso como una forma eficiente de subjetivación y de sometimiento. El yo como proyecto, que cree haberse liberado de las coacciones externas y de las coerciones ajenas, se somete a coacciones internas y a coerciones propias en forma de una coacción al rendimiento y la optimización. 1
De forma indirecta pero concisa, el filósofo Byung-Chul Han acaba de relatar como el desprendimiento ideológico de la arquitectura de la primera mitad del siglo XX, transformada a partir de los años 60 en una arquitectura del yo y la subjetivación, lejos de hacernos libres, de crear una arquitectura libre, crea una arquitectura llena de coacciones y coerciones, una arquitectura basada en la coacción del Yo.
Extraños tiempos, sí
Si hacemos un relato lineal, y por tanto me excusarán que sea incompleto, de la relación entre la libertad y la arquitectura, nos daremos cuenta de que en la base de nuestra disciplina, siempre hay una lógica de la optimización de la voluntad. Es decir, el lenguaje de la arquitectura tiene el poder enorme de catalizar los mensajes que se lanzan a la sociedad. Y ese alto rendimiento de lo simbólico de la arquitectura ha tenido siempre sometida, de una manera u otra, la idea de libertad individual. Es decir, el ejercicio de la buena arquitectura ha estado siempre lejos del ejercicio de la libertad subjetiva.
Hasta principios del siglo XX, imperaba la relación sometida entre arquitectura y estilo
Siempre me ha fascinado como el ejercicio de la arquitectura según los cánones del Beaux Arts, se reducía a una especie de corta y pega de una serie de láminas, maravillosamente dibujadas por cierto, con esplendidas fachadas y secciones, que según el caso se debían ir combinando hasta llegar a la adaptación de una imagen ideal inicial, al sometimiento negociado con la realidad. En otras palabras, el estilo, enardecido como un tótem en esa época, no permitía salirse ni un ápice de la ralla canónica de un ideal beauxartiano. La calidad de una arquitectura quedaba así circunscrita a la capacidad del arquitecto de mantenerse fiel a ese canon una vez había configurado la manera de adaptarse a la realidad.
Más tarde, la arquitectura se deshizo de la pesada y remilgada carga del estilo, y paso a producir una arquitectura abstracta e igualitaria. La expresión arquitectónica, de un blanco radiante, sin adornos ni guirnaldas, buscaba simbolizar la excelencia tecnológica, y provocó la deshumanización absoluta de lo arquitectónico. La arquitectura se ponía al servicio de un ideal social basado en la abolición de la lucha de clases y la confianza ciega en un futuro asépticamente tecnológico. No hace falta decir aquí que los resultados en términos de libertad fueron devastadores. La arquitectura quedaba totalmente sometida a la expresión de unos ideales políticos y tecnológicos, que con el paso del tiempo fueron construyendo sus propios tics, hasta degenerar de nuevo en un estilo.
Un nuevo estilo, eso sí
Un estilo que a diferencia del Beaux Arts, no requería de pericia ni talento para dibujar. La abstracción se había automatizado en el estilo moderno en una fórmula que irónicamente podría resumirse en una receta,
medio kilo de Le Corbusier, cuarto y mitad de Mies van der Rohe, un libra de Frank Lloyd Right, una pizca de Alvar Aalto y unas gotas de Gropius. Agítese bien y voilà, ¡un proyecto moderno!.
En todo caso la arquitectura se volvió predecible, vulgarizó su expresión y provocó una plaga de edificios insatisfactorios por todo el planeta, que en aras de la abstracción tecnológica, llego a producir un enorme repertorio de composiciones tuertas y de arquitecturas muertas.
La reacción al insultante aburrimiento moderno se tomó la revancha con una explosión de alegría e inocencia a partes iguales. A partir de los años 60, parece que la palabra libertad se pone al frente de la sociedad individualizada, y como no puede ser de otra manera, al frente de la arquitectura. La expresión libre de la arquitectura enarbola un discurso centrado en el yo por excelencia, que a su vez se vuelca en una conciencia global tanto en términos medioambientales como en términos tecnológicos. De las alegrías neo-románticas del movimiento hippie, trastocado el positivismo a ultranza que la noción de libertad llevaba incorporada por la crisis del petróleo, pasamos a la degradación de los años 80 donde se vampiriza la idea de libertad, y la toda acción y aspiración se rige por el egoísmo absoluto.
Bienvenidos a la oscura época de la arquitectura egocéntrica y los arquitectos ególatras, que parapetados moralmente por una supuesta libertad de expresión re-encontrada, mutan en máquinas de hacer la peor arquitectura excéntrica del momento. Quizás desde el punto de vista del concepto de libertad, resulta que estamos inmersos en la peor de las situaciones.
Por un lado, los estándares de libertad individual son altísimos y el estilo común de la arquitectura ha quedado diluido. Por otro lado el mercado comprende la enorme eficiencia simbólica de la arquitectura para mostrar de forma descarada e impertinente el poder económico. No obstante, la arquitectura del poder, antes reservada a los estados y las naciones, cataliza hoy en las grandes organizaciones, muchas de las cuales facturan muchísimos cientos de millones de euros más que la gran mayoría de los presupuestos de esos estados y esas naciones. Entre una cosa y la otra, la arquitectura se convierte en un juguete roto en manos de arquitectos de escaso talento intelectual y un enorme y eficiente despacho de relaciones públicas.
Desde diferentes consideraciones y trayectorias dispares, desde los años 80 hasta bien entrada la década del siglo XXI, nos encontramos con una arquitectura inmoral, burda y falsamente expresiva, llena de absurdas formalizaciones y apenas un puñado de buenas resoluciones arquitectónicas que en términos generales genera una arquitectura basura que se somete a coacciones internas y a coerciones propias, según lo evocado por Han. En otras palabras, los adefesios de Gehry, Hadid, Calatrava, Libeskind, Prix y tantos otros terroristas de la forma, plagados de una infinita inconsistencia intelectual y de una amoralidad hiriente en relación a sus responsabilidades sociales, se convierten en las estrellas de un circo depravado, decadente y obsoleto antes de nacer.
La libertad por tanto queda coaccionada por la dictadura de un yo desligitimizado
O en otras palabras, ¿que legitima la arquitectura producida en los últimos 30 años más allá del egocentrismo del arquitecto estrella de turno?
Si la arquitectura del Beaux Arts quedaba en parte legitimada por la capacidad técnica de los bellos dibujos que la configuraban, y la arquitectura moderna por la aspiración social de una arquitectura que apuntaba a una sociedad más justa, o de forma concisa, la arquitectura quedaba bien parapetada detrás del talento artístico o bien del discurso estructurado, la arquitectura reciente no tiene ningún tipo de aspiración que pueda ser compartida y alcance a ser poco más que un mero ejercicio de masturbación formal. Peor aún, absurdamente se nos ha hecho creer, que esta arquitectura quedaba legitimada por el software que la producía. Es decir, la arquitectura queda legitimado por la misma herramienta que la crea y en consecuencia el advenedizo que usa dicha herramienta, automáticamente se convierte en gran arquitecto.
¿Cabe acaso mayor delirio?2 ¿no es ese acaso el argumento principal de su falta de consistencia?
Por suerte, ese castillo de naipes, ese gigante con pies de barro, ha quedado hoy en el olvido. Incluso puede decirse que detrás de esa farándula artificial, se han ido gestando ideas y conceptos realmente poderosos que han resistido estupendamente el paso del tiempo.
Me refiero a que los avances tecnológicos y la conciencia global de un solo planeta, con enormes retos por delante, parecen estar tomando el timón de la ultimísima arquitectura.
Conmovedoramente parece que volvemos a ciertos lugares que nunca debimos abandonar
Vuelve el talento compositivo al servicio de la sociedad y la arquitectura realizada con rigor técnico y rigor presupuestario. Vuelve una arquitectura que se ciñe a una libertad vigilada por el bien común, con capacidad para gestionar lo colectivo y lo social. Vuelve una arquitectura donde el arquitecto es un mánager de la complejidad, un líder de procesos complejos, pero no un payaso de los media. Vuelve una arquitectura que reintroduce los parámetros para entender su comportamiento en tiempo real y ser tecnológicamente eficiente y productiva. Vuelve una arquitectura que lejos de entenderse como un objeto aislado y autista, se alía con su entorno, y aprovecha su presencia para ir más allá de sus límites y hacer ciudad. Vuelve un arquitectura donde se reescribe el contrato entre ciudadano y ciudadanía, entre urbanita y urbano. Donde ambas partes se reconocen y entienden que la libertad de cada unidad linda con la libertad del otro y a la vez con la libertad de todos. Vuelve una arquitectura que queda legitimada por la observación atenta de la sociedad, que no permitirá nuevos abusos de confianza ni desprecio por la libertad de los otros.
Vuelve en definitiva una arquitectura que deja atrás las contracturas producidas por un exceso de ego y un alto nivel de analfabetismo funcional, y se adentra en una reflexión profunda alrededor de las enormes influencias que tiene la arquitectura en el hecho urbano, en la sociedad, en el medioambiente, en la economía, etc. Es decir vuelve una arquitectura desprovista de falas retoricas libertarias, de falsas correcciones de estilo y sobre todo, de falsos profetas de la forma libre.
Vuelve una arquitectura más libre que nunca, pues es una libertad vigilada. Una libertad contractual, donde se redefinen los límites entre el individuo y la sociedad. Y finalmente vuelve una arquitectura pensada en libertad, por individuos libres y socialmente responsables.
Veamos si esta vez esta arquitectura que viene puede por fin deshacerse de la coacción de yo y crecer en la libertad de un yo, tutelada por un nosotros.
Miquel Lacasta Codorniu. Doctor arquitecto
Barcelona, Septiembre 2015
Notas:
1 HAN, Byung-Chul, Psicopolítica, Herder Editorial, Barcelona, 2014
2 Esto me hace pensar en el lúcido comentario de la periodista Leila Gueirrero que encontré en uno de los recientes post de Fredy Massad en «Disparen sobre ese imbécil»
¿El acceso a una herramienta es lo único que se necesita para dominar un oficio? Tener lápiz y papel nunca convirtió a nadie en escritor. Tener un piano en casa nunca convirtió a nadie en pianista. Sospecho que lo que hace que alguien sea director de cine, pintor, pianista, escritor o chef es otra cosa. Es algo que va más allá de la calidad con que haga lo que hace (…). Estoy hablando de que decir que todos podemos ser periodistas –sólo porque se nos ha facilitado el acceso a algunas herramientas que los periodistas usan− podría ser un argumento engañoso (…). El equivalente a decir, por ejemplo, que todos podemos ser filósofos. Después de todo, que yo sepa, para ser filósofo nunca hizo falta mucho más que un cerebro. Y sin embargo.
GUERRIERO, Leila, Todos juntos ahora en Zona de obras, ed. Círculo de Tiza, Madrid, 2014