viernes, marzo 29, 2024
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El futuro del pasado | Sergio de Miguel

Título: Gattaca
Protagonistas: Ethan Hawke, Uma Thurman
Fotografía: Slawomir Idziak
Música: Michael Nyman
Producción: Danny de Vito, Michael Shamberg, Stacey Sher
Dirección: Andrew Niccol

El futuro. La Tierra no está destruida por la hecatombe nuclear, ni tampoco está infestada de exageradas máquinas, sufre las consecuencias de una desnaturalizada evolución de la genética. La lucha de clases ya no es económica, ni siquiera racial, sino que está basada en la pureza del ADN. El relato humano valora el espíritu de superación y la exaltación de la voluntad. Más allá de la tiranía de los genes.

La ficción siempre ha profetizado el futuro como lo que no es el presente. Habitualmente, viajar en el tiempo ha sido cuestión de recrear la vista con imágenes inverosímiles desde la perspectiva del presente. Pero en Gattaca, aún siendo todo muy reconocible, lo que transporta al futuro es, junto con la historia, el carácter de las cosas. Y ante todo la arquitectura.

El público es llevado a interpretar el complejo Gattaca, el edificio donde transcurre la trama, como una conseguida ambientación futurista; misterioso y ajeno frente a una naturaleza sin protagonismo. Sin embargo, se trata de uno de los últimos edificios de Frank Lloyd Wright, construido a finales de los cincuenta. Asimismo, buena parte del juego escenográfico se centra en disfrutar con la perfección de los diáfanos ambientes de hormigón armado y las exquisitas estancias en donde livianas escaleras helicoidales (¿ADN?), muebles de los maestros modernos, superficies de acero inoxidable mate y vidrios a hueso nos hacen vivir una realidad diferente. Se trata de artefactos en los que, de manera natural, predomina la pureza de la geometría y la ausencia de elementos decorativos. Y eso, curiosamente, aparece como una veraz representación de lo que no es el presente. Sorprende evidenciar que el espectador reconoce en esas formas, en esos materiales, en esos objetos, posibilidades pertenecientes al mañana.

Pero basta con detenerse para comprobar que la película está deliberadamente ambientada con imágenes de hace cincuenta años. El vestuario, los automóviles y los edificios responden a una estética perteneciente a los años cincuenta. Porque el tiempo, al menos en el cine, es reversible.

Al perder la referencia del contexto se altera el sentido de la realidad. La desorientación aparece con el extrañamiento frente a los objetos cotidianos. Y llegar a localizar la escena en el futuro (frente al pasado) es cuestión de incorporar algo de sofisticada tecnología y una historia basada en la genética, poco más.

El cine es el gran arte de la ficción. En él coinciden múltiples habilidades que tienen como objeto dominar la imagen, la música, la narrativa, las artes plásticas, la tecnología… y sobretodo, la difícil facultad de trastocar el sentido del tiempo.

Si atendemos al mago Borges cuando razona:

“la línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes…” ,

y somos capaces de reconocer no sólo un evolucionado concepto del espacio, sino además, una nueva manera de sentir el tiempo, quedará superada la milenaria imagen de Heráclito, en la que el tiempo se asemeja a un río, lineal e invariable. Más aún, si vemos en el tiempo una cualidad propia de las presencias, con todas sus dimensiones y unida a sus características espaciales, estaremos ante una más precisa noción de la realidad. Caeremos en la cuenta de que el concepto tiempo está inseparablemente ligado a las cosas.

El cine es a lo fantástico lo que la arquitectura es a lo verídico. Si el cine satisface el deseo de ficción la arquitectura permite vivir la realidad. Por qué no admitir entonces que en la arquitectura, al igual que en el cine, existe la posibilidad de jugar con la sensación de localización, y que se puede prolongar la acción más allá de la percepción estática de las emociones meramente espaciales. ¿Sería posible imaginar una arquitectura sin capacidad de inocular el sentido del tiempo? Dónde está el “ilusionismo”. Cómo se consigue “conmover”.

En cualquier caso, lo mejor de Gattaca, puede que sea la melancólica mirada de Uma Thurman.

Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, abril 2010

Sergio de Miguel García
Sergio de Miguel Garcíahttp://www.hand-architecture.com/
Ph.D. Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid, (ETSAM) 2016. M.A. Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid, (ETSAM) 1990. Profesor en la Universidad Politécnica de Madrid, (ETSAM) desde 1995.
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