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¿Crítica de arquitectura? | Óscar Tenreiro Degwitz

¿Crítica de arquitectura? | Óscar Tenreiro Degwitz
¿Dijo algo la crítica sobre estos curiosos y costosos juegos formales de la firma austríaca Coop Himmelblau en este Museo en Akron, Ohio, USA (2007)? | oscartenreiro.com

Hace unos días terminé de leer el libro Mi Vida del crítico alemán de origen polaco, judío, Marcel Reich-Ranicki, un hombre notorio en Alemania, donde vive sus noventa y dos años. Hago constar su condición judía porque MRR sufrió mucho a consecuencia de ello en su país adoptivo durante los tiempos en los que el nazismo gobernó e hizo lo posible por destruir Alemania y buena parte de Europa. Y esa condición marcó su desarrollo personal e intelectual hasta convertirlo en una especie de vigilante celoso, participante calificado, del contencioso que los judíos necesariamente tienen con el universo cultural alemán.

MRR dice haber decidido desde muy joven convertirse en crítico literario, con lo cual en cierto modo coloca a la crítica como una especialidad, una profesión, un oficio que se abraza como cualquier otro y cuya finalidad es la de hacer juicios de valor sobre la literatura, señalar lo meritorio o lo menos logrado, ensalzar lo que se considera herencia cultural básica, desmontar prestigios y afirmar otros, y así por el estilo, destacando algo sobre lo cual MRR no ahorra palabras: la importancia del arte literario, la gloria, podríamos decir, de la literatura.

Y al hacer esta observación tenemos en mente los prejuicios de los creadores sobre los críticos, que ven en ellos unos diletantes un poco indeseables que se pavonean juzgando aquí y allá de manera superficial y desorientadora. Bien conocido es el aforismo de Nietzsche que otras veces he citado:

«los críticos ven el arte de cerca sin llegar nunca a tocarlo» 1,

frase que deja muy clara una visión despreciativa fundada, precisamente, en esa condición diletante que le impediría al crítico profundizar, penetrar más allá de las apariencias.

Pero ese no parece ser el caso de Reich-Ranicki por varias razones. En primer lugar por el respeto que se ha ganado en un país de tan altas exigencias culturales; en segundo lugar porque ha publicado decenas de libros siempre dirigidos a destacar los valores de la literatura (particularmente la de lengua alemana) que en general han sido muy bien recibidos como vehículos de acercamiento a la creación literaria; y en tercer lugar porque, por ejemplo en el caso de su programa de televisión El cuarteto literario que se trasmitió entre 1988 y 2002 en la televisión pública alemana, el formato que estableció se basaba en una discusión sobre obras concretas entre él, dos participantes estables y un escritor invitado, que dejaba espacio para puntos de vista diversos arrojando siempre como logro inmediato el interés del público por la lectura, lo cual proporcionó al programa una audiencia entusiasta, tal como ocurrió en Francia con Apostrophes el programa de crítica literaria de Bernard Pivot. (1935).

O sea que MRR es, pese a todo lo que se pueda objetarle, un gran amante de la literatura y es hacia ella que dirige sus esfuerzos de convocatoria, asunto que viene muy a cuento a propósito de la Arquitectura, campo en el que la crítica parece a veces adorarse a sí misma y a su discurso antes que a los edificios y la ciudad, tal como si se tratase de una actividad independiente con lenguaje especializado que repele a un público que, lógicamente, quiere entender lo que se dice. Los críticos hablan entonces para la Academia y en lugar de trabajar por el amor hacia el arte del que se ocupan, poniendo en el foco de los medios de comunicación determinadas arquitecturas y sus autores, aplauden y se ocupan de razonar sobre lo que los medios destacan a partir del éxito general de público. Tratan de mantenerse en terreno neutral subrayando contenidos filosóficos, políticos o generalizaciones culturales para no comprometerse.

Es más, la mayor parte de los críticos de arquitectura, si lo fueran literarios se ocuparían sobre todo de los best-sellers y de lo que las editoriales quieren que se venda.

Eso es lo que movía hace poco el comentario de un colega extranjero a propósito de Reich-Ranicki. ¿Por qué no hay en arquitectura críticos así, me decía, con independencia de criterio respecto a los intereses editoriales o políticos, con valentía para señalar lo que consideran malo, con empeño en señalar hacia lo que juzgan valioso, menos convencionales, culturalmente más vivos?

Hay muchas cosas que pueden decirse para intentar contestar esa pregunta.

Una de ellas es que la separación entre vida y crítica se origina en que la apreciación de la arquitectura y como consecuencia los juicios que sobre ella se forman, se hace a partir de una percepción de ella en segundo grado, no en vivo sino a través de fotografías o dibujos. Esa percepción deja fuera dos asuntos fundamentales, por una parte el tiempo y por la otra el medio ambiente y su influencia. Para entender la arquitectura, gozarla, conmoverse o ser ajeno a ella es necesario recorrerla, percibirla en el tiempo. Y el papel del medio ambiente es fundamental en esa percepción, como he insistido muchas veces en recordar. Porque, por ejemplo, no es lo mismo valorar la sombra en el medio tropical que en tierras del norte o del sur, con lo cual la capacidad del edificio de producir y albergar la sombra benefactora, un asunto central, no influiría el juicio del observador.

Por otra parte el valor excesivo que se viene dando a la fotografía ha hecho de la estética de lo gráfico plano, un criterio importante de valoración de la arquitectura, que si bien no es un asunto negativo en sí mismo, pone de primero lo que es consecuencia. Lo subsidiario, si bien valioso, pasa a ser principal.

De todo esto puede aventurarse una conclusión preliminar: tal como a un crítico literario se le pide que lea el libro, al crítico2 de arquitectura se le debe pedir que haya recorrido la arquitectura que pretende juzgar.

Empezamos por ahí, ya veremos lo que sigue.

Óscar Tenreiro Degwitz, Arquitecto.
Venezuela, febrero 2013,
Entre lo Cierto y lo Verdadero

Notas:

1. Pese a que intento no hablar de ello, la situación me obliga. Seguimos aquí los venezolanos haciendo acopio de paciencia frente a los absurdos que se multiplican día a día. Y demostramos, pese a todo lo que se dice en contrario, una admirable fe en que se impondrá la lógica democrática. Y digo admirable porque en cualquier parte del mundo lo que nos acontece hubiera sumido a la sociedad en la violencia y el caos. No ha sido así porque la dirigencia opositora, no toda desde luego pero sí la parte más influyente de ella, ha hecho valer esa fe por encima de los constantes atropellos y absurdos. Que son tantos y tan agresivos frente a una parte fundamental de la sociedad que disiente de quienes manejan el autoritarismo en el Poder, que califican como abiertas provocaciones para buscar una violencia callejera que les permitirá apretar más las tuercas de un poder ilegítimo.

Y ante ese panorama seguimos intentando pensar en lo que es verdaderamente nuestro, en nuestra pasión, la de buscar y promover la arquitectura. Cerramos pues nuestros ojos hacia lo inmediato e intentamos mantener la mirada alta.

2. Y vamos de nuevo hacia el tema de la crítica que tanto me ha ocupado, a mí y a muchos, a lo largo de los años. Descubro por ejemplo que en la conversación que tuve con Kenneth Frampton en 1985 ya estaba esa preocupación, que se sumaba además a la de él cuando decía por ejemplo esto:

“En primer lugar reconozco que aunque uno parte de la neutralidad de la cámara porque teóricamente una fotografía de un edificio es una fotografía de un edificio, tuve la experiencia de que cuando uno manda fotógrafos diferentes a fotografiar un edificio, termina teniendo dos edificios distintos, porque el ojo a través de la máquina no ve la misma cosa…. Estas cosas se mueven en la dirección de reducir la arquitectura a imágenes fotográficas…”,

agregando después un comentario sobre el contexto cultural que expresaba así:

“…la cuestión del paisaje y la luz reviste enorme importancia. La tendencia universal civilizada de reducir los edificios a objetos aislados inmortales los divorcia de lo que debería ser su inherente relación con el paisaje y su inserción en el territorio…”.

Estos puntos de vista junto a muchos otros que expresó Frampton en esa conversación (que publicamos en 1990 en el librito titulado ‘Sobre Arquitectura”), no sólo siguen siendo plenamente vigentes, sobre todo a la luz del giro que han tomado las cosas en el mundo de la crítica arquitectónica, sino que señalan una posición personal que sin duda distingue a Frampton entre sus pares.

Que esa conciencia que podemos llamar cultural se haya visto confirmada en obras en los años posteriores ya es otra cosa. Porque no ha sido así. Más de una década después de esa conversación Frampton publicó su libro “Estudios de la cultura tectónica…”, un libro difícil de leer, pesado, que a pesar de que revela el espesor cultural de su autor, aclara muy poco sobre sus preferencias o el lugar hacia donde apuntan. Y dedica muy poco, si es que dedica algo, a las cosas que ocurren con la arquitectura de estos lados del mundo. A veces parece que Frampton está en muchas partes sin dejar claro cual de ellas prefiere, que se mueve haciendo borrosos sus criterios con el peso de demasiadas palabras de significados esquivos. Incurre, me parece, en lo que menciono en la nota de hoy: escribe pensando en la Academia.

Por otra parte, es evidente que Frampton es un hombre del mundo anglosajón, responde a las tensiones y propuestas de ese mundo ante todo; y es hacia allá donde dirige sus argumentos y preocupaciones. Su interlocutor es un medio cultural que hoy más que nunca se distancia de las cosas que interesan en el mundo periférico.

Lo cual puede decirse de otro modo: habiéndose focalizado el mundo periférico en las últimas décadas y especialmente a raíz de la explosión de la opulencia globalizada de modo casi obsesivo en las prioridades establecidas por los países centrales, las gentes del mundo intelectual en estos últimos no ven razones para buscar contenidos específicos en el mundo periférico. En cierto modo esta actitud es el resultado de lo que en la entrevista que cité de 1985 Frampton dice de los países latinoamericanos: que en ellos se manifiesta a la vez una “mezcla de justificado orgullo y auto-desaprobación, una mezcla contradictoria de dos respuestas que se dan al mismo tiempo”. Lo cual equivale a decir que a pesar de nuestro presumir identitario estamos insatisfechos con nosotros mismos.

Una situación que está en agudo contraste con lo que ocurría en los años cincuenta del siglo pasado, lo cual me impresionó hace un par de días, cuando, leyendo la fotocopia de una vieja carta dirigida por Le Corbusier a Lucio Costa el 23 de Diciembre de 1949, éste hacía notar la repercusión extraordinaria que había tenido en el mundo europeo un número especial de “L’Architecture d’Aujourd’hui” dedicado a la arquitectura brasileña.

Era un momento histórico en el que lo que se hacía en América Latina (hubo también un número dedicado a Venezuela en 1956 o 57) interesaba en Europa; y lo que es aún mejor, nos interesaba a los de aquí. Ya eso no ocurre y más bien parece que los de aquí estamos demasiado interesados en hacer las cosas “como los de allá”, tanto en el sentido caricaturesco cuando se trata de lo espectacular (poliedros, diagonales, torceduras y demás cosas), como en el sentido de un cierto tipo de refinamiento respecto a volúmenes exentos, pieles limpias y énfasis en un minimalismo abstracto “à la mode”, asunto que practican con éxito jóvenes arquitectos del sur de nuestro continente.

Volviendo a Frampton, confieso que en esos tiempos tuve una fe ingenua en que a raíz de sus repetidas visitas a Venezuela su postura de crítico consciente y culturalmente consistente que le han dado el prestigio tan especial del cual goza, lo orientara en un sentido más afin a nuestras preocupaciones, pero me equivoqué y más bien pienso hoy que tal cosa no puede venir sino de nosotros mismos, cuando los críticos de nuestra región del mundo se decidan a ver lo que aquí se produce sin el complejo de hermanos menores y con plena conciencia de que se trata de un camino suficientemente sólido y digno de divulgación, pese a que no coincida con las líneas establecidas más allá de nosotros.

Creo que algo de eso viene ocurriendo. Va ayudando el bienvenido derrumbe de la crítica sobrecargada de ideología populista que reinó por muchos años e hizo de las suyas en encuentros y foros latinoamericanos ya desde mediados de los ochenta del siglo pasado. Comienzan a percibirse nuevos rumbos. Preferible es no señalar nombres por ahora. Este tema nos volverá a ocupar.

Óscar Tenreiro Degwitz
Óscar Tenreiro Degwitzhttps://oscartenreiro.com/
Es un arquitecto venezolano, nacido en 1939, Premio Nacional de Arquitectura de su país en 2002-2003, profesor de Diseño Arquitectónico por más de treinta años en la Universidad Central de Venezuela, quien paralelamente con su ejercicio ha mantenido ya por años presencia en la prensa de su país en un esfuerzo de comunicación hacia la gente en general de los puntos de vista del arquitecto acerca de los más diversos temas, entre los cuales figuran los agudos problemas políticos de una sociedad como la venezolana. Tenreiro practica así lo que el llama el “pensamiento desde y hacia la arquitectura”, insistiendo en que lo hace como arquitecto en ejercicio, para escapar de los estereotipos y cautelas propios de la “crítica arquitectónica”. Respecto a la cual no oculta su desconfianza, que explica recurriendo al aforismo de Nietzsche sobre el crítico de arte “que ve el arte desde cerca sin llegar a tocarlo nunca”.
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Reformas Madrid Sur
7 years ago

Siempre fui más de creadores que de críticos, de decidir y hacer lo que me gusta antes que esperar que me digan lo que es bueno o malo, bonito o feo. De hacer a evaluar lo hecho por otros, pero en la arquitectura, tanto como en esta vida, hay cabida para todos y creo que nadie sobra.

Ve Redes
Ve Redes
11 years ago

«Y vamos de nuevo hacia el tema de la crítica que tanto me ha ocupado, a mí y a muchos, a lo largo de los años.»

Óscar Tenreiro

Espónsor

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